jueves, 6 de diciembre de 2012

La forma de vida de Jesús


 
El tiempo de Adviento es un buen momento para reflexionar sobre la venida del Señor y algunos de las implicaciones que ello conlleva a la vida de los creyentes.

Jesús es la concreción real de la misericordia de Dios y en con su venida ha hecho realidad palpable la cercanía y solidaridad del Altísimo; se ha presentado el modelo creíble de la opción por los pobres y necesitados. 

Realmente la Encarnación del Verbo es un empobrecimiento de Dios, porque el Hijo se vacía de los recursos del poder y de la majestad del mundo, para convertirse en “El pobre por antonomasia”, el que se despeja de su interés propio para entregarse a la misión que el Padre le había encomendado, para no cerrarse en sus propias conveniencias, sino para actuar en favor de los demás, siendo servidor y no servido por los demás.

Para Jesús la pobreza se convierte en una forma de vida, que hace presente lo más particular de su persona y de la vez del mismo ser de Dios: estar abierto a los demás, eliminar barreras de la exclusión y de la marginación, acoger al que se encuentra solo y abandonado, despojarse de lo propio para compartir, renunciar a las riquezas que se obtienen a costa de los demás y ofrecer lo suyo siempre para compartir. El acercamiento y la solidaridad en la vida de Jesús llegan hasta el nivel de identificarse con los más pobres, a hacerse pobre con los pobres.

A nuestro alcance tenemos la gran analogía entre la presencia de Jesús en la Eucaristía y en los pobres. El pan consagrado y compartido en la misa, es el cuerpo entregado del Señor.  Desde la Eucaristía nos está llamando para que como el samaritano nos hagamos prójimos, porque Él está en los pobres y en ellos quiere ser atendido.

Ojalá sea este nuestro regalo, ante esta navidad.

martes, 23 de octubre de 2012

¿Nadie es culpable?

El Instituto Nacional de Estadística acaba de publicar los datos provisionales de la Encuesta de Condiciones de Vida en España 2012, en la que entre otras magnitudes, se refleja la disminución del 1,9% de los ingresos medios anuales de los hogares españoles. Así mismo indica como el 21,1% de la población residente en España está por debajo del umbral de riesgo de pobreza.

Si estas magnitudes, a nivel nacional son preocupantes, cuando conocemos los datos de Andalucía estos pasan a un 31,7% que ya el año anterior sufría nuestra comunidad en cuanto a la población empobrecida.

El valor del umbral de pobreza se obtiene multiplicando 7.354,6 euros por el número de personas que existen en el hogar. Por ejemplo, para un hogar de un adulto el umbral es de 7.354,6 euros, para un hogar de dos adultos es de 11.031,9 euros (ó 5.516,0  euros por persona), para un hogar de dos adultos y un menor de 14 años es de 13.238,3 euros (ó 4.412,8 euros por persona), para un hogar de dos adultos y dos menores de 14 años es de 15.444,7 euros (ó 3.861,2 euros por persona).

Ciertamente  puede realizarse una reflexión fácil de la que se concluya que cuando haya pasado la crisis variará esta situación, pero en el trasfondo de la frialdad de los datos están personas que sufren en desamparo y se están viendo desplazadas de la sociedad, por un modelo que ha primado a los que más tienen.

No es cuestión de crisis, es cuestión de valores, y mientras la persona no está en el centro de nuestros objetivos, esto será un círculo vicioso que periódicamente irá dejando a millones de hombres y mujeres en el camino de la pobreza, en un mundo en el que los bienes, justamente distribuidos y teniendo siempre presente a los más débiles, llegarían a todos.

Otro mundo es posible. Vive sencillamente, para que sencillamente otros pueda vivir.

jueves, 30 de agosto de 2012

¿Quién los defiente? Tú eres su esperanza


 

El futuro social de nuestra sociedad, así como su desarrollo político y económicodepends on the extent to which its children grow up happy, depende de la medida en que sus niños y niñas crezcan felices, healthy, well-educated, safe and self-condent.sanos, educados y seguros.
 
 
International studies show that child poverty and socialEstudios internacionales muestran que la pobreza infantil y laexclusion lead to higher social and economic costs for countries. exclusión social conducen a un mayor coste social y económico para los países en que existe.
 
In contrast, investing in children who live in poverty leads toPor el contrario, la inversión en erradicar la pobreza que sufren niños y niñas conduce a beneficios económicos reales y ahorro significativo en la vida social, a largo plazo.
 
very real economic benets and to signicant savings in socialChildren who grow up in poverty or social exclusion are lessLos menores que crecen en la pobreza o la exclusión social tienen menos likely to reach their full potential.probabilidades de alcanzar su máximo potencial ey run a higher risy corren un mayor riesgo de being unemployed and living in persistent poverty as adults.estar desempleados en un futuro, viviendo en una pobreza persistente en la edad adulta.
 
Specic groups of children are at high risk of more severe orGrupos específicos de niños están en alto riesgo de graves o muy grave extreme poverty.pobreza extrema, rFor this reason they need particular attenazón por la que es necesaria una atención particular. In Europe alone there are more than 20 million of childrSólo en Europa hay más de 20 millones de niños en risk of poverty. riesgo de pobreza y lo peor es que esteis number is growing as a direct resul número está creciendo como resultado directo de la economic crisis.crisis económica. Many of the services on which children at risk Muchos de los servicios necesarios para atender a los niños que se encuentran en situación de riesgoof poverty depend - including public health, education and de pobreza dependen - incluida la salud pública, la educación y childcare services - have experienced signicant cutbacks sinceservicios de guardería - han  sufrido y seguirán sufriendo recortes significativos, a partir del comienzo de la crisis, como se puede constatar.
 
La crisis, con  haber dado lugar a la pérdida de empleo e crisis has also resulted in a loss of employment and e inseguridad en el trabajo, está produciendo graves consecuencias que se están cebando con las familias más vulnerables, lo cual tiene importantes consecuencias las personas que componen la unidad familiar, pero especialmente para los menores.
 
Mientras que desde 2008, los líderes europeos y españoles no han tardado en reaccionar  para luchar contra la crisis financiera, mostrando una voluntad política sin precedentes que ha llevado consigo aprobar miles de millones de euros para salvar a entidades financieras y otras de la quiebra, en contraste, ha sido un cada vez menor el ahínco puesto para apoyar a las personas empobrecidas y en concreto a la infancia.
 
Solo con voluntad y compromiso coherente de los agentes políticos y sociales, y también, con el esfuerzo personal de cada uno de nosotros, será posible erradicar la pobreza y conseguir que para los más vulnerables, otro mundo sea posible.



viernes, 10 de agosto de 2012

Ante el momento actual


Si queremos definir la situación actual, podemos decir que la clave que la define es la situación de incertidumbre, de desconcierto, donde no sabemos dónde estamos y no conocemos mañana qué nos va a pasar. Cualquier noticia o posible solución planteada en el día de hoy, mañana es cambiada por el gurú de turno y la perplejidad es la nota que a todos nos domina.

Ciertamente estamos en una situación imprevisible en su comienzo, imprevisible en su desarrollo e imprevisible en el futuro.

Momento de amplia complejidad, donde las soluciones no son fáciles y donde las ideas claras y sencillas no son siempre la respuesta adecuada, sino que se precisan de soluciones complejas ante la interrelación de tantos y tan variados elementos.

En este mundo, en esta realidad Cáritas no se cansa de proclamar que la pobreza es cada vez más extensa, más intensa y más crónica.

Vivimos en un mundo cada vez más desigual y más dual, es constatable la fractura social que se está gestando. Es un mundo roto, en un mundo fragmentado, que está viviendo como en dolores de parto. Dios cada vez se hace más presente en los latidos de su ausencia.

Raro es el día en que no constatamos una nueva erosión de los derechos sociales y la protección social hacia las personas. Lo que hace pocos años nos parecía evidente y escaso, y hablábamos de incrementarlo y extenderlo a otros colectivos, ahora se nos pone entre comillas.

Y en este contexto, a Cáritas se le ve, no como una institución que realiza una función complementaria y subsidiaria, sino como una de las pocas organizaciones responsable del trabajo con los más débiles. Es preciso tener un cuidado especial con ello, pues los organismos oficiales no pueden hacer dejación de su misión de amparar a los ciudadanos, sobre todo a los más débiles. Como especifica el artículo 12 de los Derechos Humanos, toda persona tiene derecho “a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.”

Si vivimos en un mundo más pobre, tenemos que profundizar en trabajar por un mundo más justo.

El retomar que en el centro de la vida social está la persona, con su plena dignidad como imagen de Dios, es un planteamiento básico, por lo que no hemos de poner límite a lo que es humanizar, a lo que es tener una vida digna. “Ante todo la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de justicia” Cáritas in veritate 6.

Hemos pasado de la crisis de la coyuntura a la crisis de la estructura. Hemos de pasar de la crisis de la emergencia, a construir un nuevo modelo de vida, a unos nuevos valores a compartir. Tenemos que analizar y constatar qué podemos construir, que debemos construir, cual es nuestro espacio para construir.

Tenemos que empezar a construir camino, sabiendo que no lo podemos todo, que no lo debemos todos y que son muchas las limitaciones en nuestro hacer y en nuestro proceder.

La vida verdadera es inexorablemente invención. Tenemos que inventarnos nuestra propia existencia nuestra acción y a la vez este invento no puede ser caprichoso, sino sabiendo que están en juego nuestros hermanos.

El desánimo y desmoralización se instalan; estamos jugando una batalla donde nos parece que ya la hemos perdido. Necesitamos la esperanza, el tono vital para estar en la lucha. Sin esperanza, hemos perdido la batalla.

Constatamos como va naciendo un sentimiento de prejuicio hacia las personas excluidas y es que la pobreza se puede visibilizar por olvido o por saturación. Esto es tremendamente peligroso ya que desde la misma saturación se está volviendo a la invisibilización.

Una pobreza que se hace más extensa está haciendo invisible a una exclusión más severa, muy profunda, a la exclusión de los últimos de los últimos. No podemos dejar de tener muy presente a los últimos.

Hemos que hablar de personas. Cuando se habla de derechos en vez de los derechos de esta persona en concreto, de asegurados en vez de personas aseguradas, de parados en vez de personas humanas que sufren la injusticia de no contar con un trabajo, de desahucios en vez de familias desahuciadas que dejan de gozar de este derecho, es preciso tener muy presente que son personas, no casos. Tenemos que trabajar por la personalización y la humanización.

“Los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos”, esta frase del Evangelio de Mateo ha de ser la norma que ha de guiar la acción de Cáritas, es la norma que ha de guiar nuestro actuar. Cristo se hace presente en ellos.

sábado, 19 de mayo de 2012

Corpus Christi 2012 "Busquemos el bien de todos"



MENSAJE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL
EN LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI, DÍA DE CARIDAD 2012

Celebramos la solemnidad del Corpus Christi y, en ella, el Día de la Caridad ya que  el Cuerpo entregado y la Sangre derramada del Señor constituyen para nosotros a través de la historia, el mismo y único sacrificio redentor de Jesucristo, que es la manifestación mayor de su amor a los hombres.

En la Eucaristía «la unión con el Señor nos lleva al mismo tiempo a la unión con los demás a los que él se entrega» [1] y «nos hace testigos de la compasión de Dios»  por cada hermano y hermana[2]que sufre. Por eso, al contemplar en esta festividad el misterio de la vida entregada por amor, que es la Eucaristía, nuestra mirada y nuestro corazón de pastores se dirigen a todos los hermanos que sufren cualquier necesidad en su cuerpo y en su alma. Para todos ellos tuvo Jesucristo gestos de atención y de ayuda. En estos años se hacen más perceptibles las carencias personales a causa de la crisis que estamos sufriendo. De una forma u otra todos tenemos presente el drama de la pobreza, el hambre y la exclusión social. A las víctimas de estas situaciones queremos ofrecer la entrega solidaria y el mensaje de esperanza que nacen del amor de Dios. Él es  la fuente de la caridad fraterna. Queremos también manifestar nuestro agradecimiento sincero a todos los que ponen sus bienes, su tiempo y su esfuerzo al servicio de los pobres, de los marginados y de los más desposeídos. Agradecemos, también, las oraciones de quienes encomiendan a Dios los hermanos que sufren necesidad, para que les fortalezca en los trances difíciles.

Somos conscientes, además, de que el mandamiento del amor al prójimo no se reduce a la atención de los más pobres y desposeídos, sino que se refiere a todos los hombres y mujeres. Por ello, sentimos la responsabilidad de orar, también, por quienes causan estos desórdenes y por quienes los consienten con su actitud pasiva desde puestos de responsabilidad. Pedimos al Señor que les ayude a tomar conciencia de su error y les conceda luz y fuerza para superarlo.

La pobreza y la exclusión social crecen entre nosotros de manera alarmante

Los efectos de la crisis [3]están afectando de manera dramática a un número creciente de personas.  Baste recordar algunos de los datos que nos ha dado Cáritas Española en el último informe sobre exclusión y desarrollo social en España durante los últimos cuatro años [4].  La tasa de desempleo en España durante el año 2011 fue la más alta de todos los países de la Unión Europea, alcanzando niveles insostenibles del 23% de la población activa, y situando al 49% de los jóvenes sin acceso al trabajo. Uno de cada cuatro españoles está en situación de riesgo de pobreza y exclusión social, consecuencia, en muchos casos, de la pérdida de la vivienda y del trabajo. El número de hogares con todos sus componentes activos en paro ha alcanzado la cifra de 1.425.000, y de ellos 580.000 tampoco reciben ingresos de prestaciones sociales. Por otra parte, la precariedad laboral está generando un sentimiento de temor a perder el trabajo. El Papa Benedicto XVI, reflexionando sobre este problema dice: “El estar sin trabajo mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual”[5]. Consiguientemente una pobreza de orden material genera otra de orden espiritual. La necesidad de las personas, entonces, es mayor; y su solución más compleja y urgente; “como consecuencia, se producen situaciones de deterioro humano y de desperdicio social” [6].

La pobreza en sus distintas formas se ha hecho más extensa, más intensa y más crónica. Mientras tanto, estamos dando paso a una sociedad más injusta en la que la brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más profunda, y aumenta entre nosotros más que en el resto de Estados de la Unión Europea. Ello hace que, un tercio de la población declare tener dificultades para llegar a fin de mes, mientras que otros servicios de lujo han aumentado sus beneficios.

Por otra parte, abriendo la mirada a la realidad mundial, no podemos olvidar que una de cada seis personas no sabe si comerá hoy [7].

La Eucaristía nos hace ser pan partido y repartido

En este contexto, en que muchos cristianos, y hombres y mujeres de buena voluntad, se preguntan angustiados qué podemos hacer, nuestra mirada se dirige a Jesucristo presente en la Eucaristía. En este sacramento se manifiesta especialmente el amor de Dios que estimula en nosotros el ejercicio de la caridad en la forma y grado que a cada uno corresponde.

Ante las necesidades ajenas, Jesucristo se conmueve y muestra su rostro compasivo. Su ejemplo nos enseña que la verdadera compasión  comienza por estar solícitamente atentos a las necesidades de los otros y hacer todo lo posible por remediarlas. Cuando Dios se conmueve ante el drama social, político y religioso de su pueblo,  actúa también y mueve su brazo salvador por medio de Moisés [8]. Jesucristo, con palabras y gestos, lleva a cumplimiento y plenitud la compasión operante de Dios. Y, queriendo contar con los suyos, dirá a sus discípulos «dadles vosotros de comer»; aunque sabe que aquello con lo que cuentan  resulta insuficiente para la gran masa hambrienta y necesitada [9]. Jesucristo, en este signo eucarístico nos muestra muy claramente que la primera obra de caridad es manifestar a las gentes la verdad de Dios, el rostro de Jesucristo [10]. De modo inseparable nos enseña a salir al paso de las necesidades materiales del prójimo. Pero, sobre todo, nos da a entender que “el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo…” (Jn 6, 33). Y cuando le pidieron de ese pan, Jesucristo contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Jn 6, 35).

En la multiplicación de los panes y los peces y en las palabras que Jesucristo dirige a quienes, por ello, querían proclamarle rey, quedan establecidas las condiciones o intenciones fundamentales de la Caridad cristiana. La verdadera caridad mira también el alma; y, en la forma oportuna, incluye, por ello, también la intención evangelizadora. El testimonio de la entrega de sí mismo que hace Jesucristo abre el corazón a la esperanza en la vida eterna. Por eso puede decirnos: “el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” [11]. “El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de caridad, justicia, paz y desarrollo, forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo que nos ama, le interesa todo el hombre” [12].

No olvidemos que “para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona”  [13].

Jesús «bendice» y «parte», los alimentos, en clara referencia a la Eucaristía; y los discípulos fueron los encargados de repartirlos. Todos comieron y todavía sobró.  La compasión de Jesús se ha traducido en partir y repartir el pan. Así, el signo de la multiplicación de los panes anticipa el verdadero milagro, el de la Eucaristía, en que Jesús se nos da a sí mismo como pan partido y repartido, como vida totalmente entregada para la vida del mundo. Lo poco, por la acción del Señor todopoderoso, ha sido más que suficiente para muchos. Y Jesús, al darnos su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, no sólo nos enseña a compartir el pan, sino a hacer de nuestras vidas una mediación de su amor a los más desposeídos. El Señor ha querido necesitarnos para llevar la luz y la vida a los que carecen de ella; luz que nos permite conocer la verdad, y vida que, como el agua prometida por Jesús a la Samaritana, salta hasta la vida eterna  [14]. No podemos olvidar que la Eucaristía nos abre al conocimiento y a la experiencia de Dios que es nuestra mayor necesidad; por tanto, la más importante obra de caridad.

No busquemos nuestro  propio interés, sino el bien de todos

En momentos difíciles tenemos la tentación de refugiarnos cada uno en nuestra seguridad y ceder al “sálvese quien pueda”, o caer en actitudes fatalistas [15]. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante la situación de extrema necesidad que viven muchos hermanos nuestros, pensando que no podemos hacer nada con nuestras limitadas fuerzas.

«Que nadie busque su interés, sino el del prójimo», [16] sabiendo que buscar el bien de todos por encima del propio implica hoy tres urgencias o llamadas que nos atrevemos a proponer. Tengamos en cuenta que el Señor, para llevar a término su plan de salvación ha querido necesitar nuestra colaboración libre y sincera.

A.      Es hora de pasar de la compasión a la acción

No es posible vivir ajenos a los cinco millones y medio de hermanos nuestros que no tienen trabajo; a las miles de empresas abocadas a reducir plantillas o a cerrar las puertas; al millón y medio de familias con todos sus miembros en paro. Tampoco podemos ser insensibles ante algunas formas de actuar de personas e instituciones que, llamadas de un modo especial a orientar sus proyectos y acciones con justicia y  transparencia no son ejemplares en el ejercicios de estos deberes. “Se requiere que las finanzas mismas, que han de renovar necesariamente sus estructuras y modos de funcionamiento tras su mala utilización, que ha dañado la economía real, vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo” [17]. Por la misma razón, “la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia” [18]. Sin pretender alusiones a personas o instituciones concretas deberemos tener muy en cuenta para la reflexión de todos los interesados que “el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común” [19].

Es tiempo de convertirnos pasando de la compasión a la acción, y asumiendo un claro compromiso en favor de los más necesitados [20]. Nuestra preocupación por los pobres y los que sufren «debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias» [21]. Debemos vencer la tentación de crear necesidades para promover principalmente el desarrollo económico. Por el contrario, ha de procurarse satisfacer necesidades de las personas para promover su desarrollo integral. Es imprescindible mirar a la persona como sujeto de desarrollo, miembro de la comunidad humana, y no como simple consumidor. Hay que lograr que las relaciones de mercado estén sujetas a las exigencias morales de reciprocidad solidaria, como demanda una justa economía social de mercado [22].

B.      Cada uno debemos asumir sinceramente nuestra responsabilidad  

“Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” [23]. El Señor nos enseña y nos invita a hacernos cargo del otro. Hoy sigue Dios pidiéndonos que seamos responsables de nuestros hermanos [24]. Aquella pregunta con  la que Dios pide cuentas a Caín sobre su hermano, es la pregunta que se nos hace a todos nosotros en este momento histórico: ¿Tú, financiero, empresario, funcionario, sindicalista, empleado..., qué has hecho de tu hermano? Y no vale responder como Caín: “¿Soy acaso guardián de mi hermano?” [25]. No vale decir: yo me ocupo de lo mío y nada tengo que ver con mi hermano, “Al conformarse con Cristo redentor (como se nos ofrece en la Eucaristía), el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por El, llamada a la gracia y a la gloria en toda la plenitud del misterio del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo. La configuración con Cristo y la contemplación de su rostro infunden en el cristiano un insuperable anhelo por participar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (Mt 25, 35-37)” [26].

Todos estamos llamados a compartir haciendo verdad en nuestra vida el lema de Cáritas en este año para el Día de la Caridad: «Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir».

C. Debemos dar cabida a la gratuidad

Esto requiere gran dosis de generosidad; por eso hacemos una última llamada a la gratuidad. Trabajemos por la justicia para que todos vean respetados sus derechos. Pero, si de verdad queremos y buscamos el bien de todos, especialmente de los más pobres, habrá que sobrepasar, muchas veces, la justicia legal con la gratuidad propia de la caridad cristiana. La debilidad de unos, la torpeza de otros y las limitaciones de todos, pronostican la presencia de los pobres a través de los tiempos haciendo necesario el ejercicio de la caridad en aras de la justicia social y del bien común. Jesucristo ya nos advirtió que los pobres los tendríamos siempre entre nosotros. (cf. Mt 26, 11).

Nuestras decisiones y opciones en el campo económico, social y  político no se deben sustentar sólo «en  relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, en relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión» [27].“Es importante urgir una reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario” [28]. Ello supone que esta reflexión debe hacerse teniendo en cuenta la opción cristiana por los pobres y la realidad de los más débiles y desposeídos [29].

Conclusión

Que Jesús Eucaristía, vida gratuitamente entregada para que todos vivamos, nos ayude a hacer de nuestras vidas una entrega generosa y gratuita, como don de nosotros mismos. De este modo lucharemos contra la crisis; no nos cerraremos cada uno en nuestro propio interés, sino que buscaremos juntos lo que es mejor para todos en coherencia con la lógica del bien común y de la comunicación cristiana de bienes.

Y a cuantos sufrís de manera más viva e intensa los efectos de la crisis, queremos manifestaros nuestra cercanía y afecto; al mismo tiempo nos ponemos a vuestra disposición para apoyaros en vuestros legítimos derechos. Deseamos ayudaros en la medida de nuestras posibilidades, y animaros a mantener la esperanza en la divina Providencia. Por ello imploramos la ayuda del Señor, que es el único capaz de alentar esa esperanza frente a toda desesperanza.

Manifestamos, también, nuestra valoración de cuanto se hace por los pobres desde las instituciones caritativas y desde la realidad familiar, parroquial y apostólica. Animados por ello pedimos al Señor que estimule y bendiga la generosidad sincera y gratuita.

Madrid 18 de mayo de 2012

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[1] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 14.

[2] BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, n. 88.

[3] Sobre ella y las múltiples dimensiones que encierra reflexionábamos ya en nuestro Mensaje del Corpus Christi del año 2009. 

[4] Cfr Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España. Análisis y Perspectivas, 22 de Febrero de 2012.

[5] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas y Veritate, n. 25.

[6] Id.

[7] Cfr Informe de la FAO 2010.

[8] Cfr Ex 3, 7-10.

[9] La mayoría de los relatos hablan de «cinco panes y dos peces» o «siete panes y unos peces» en los otros. En cualquier caso, una cantidad insuficiente para la gran masa hambrienta y necesitada: «cinco mil hombres sin contar mujeres y niños» «cuatro mil hombres», «una multitud».

[10] Cf. JUAN PABLO II Novo Millennio Ineunte, n. 16

[11] Cf. Jn 6, 51

[12] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 15

[13] BENEDICTO XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 34

[14] Cf. Jn 4, 14

[15] Cfr BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 42.

[16] 1Cor 10,24.

[17] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 65

[18] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 40

[19] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 71

[20] Cfr. JUAN PABLO II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, nn.38 y 39.

[21] Ibid n. 43.

[22] Cfr. Declaración de los obispos de la COMECE, El objetivo de una economía de mercado competitiva y solidaria, 27 de octubre de 2011.

[23] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 1

[24] Cfr BENEDICTO XVI, Mensaje de Cuaresma 2012, «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras»  (Hb 10, 24).

[25] Gn 4, 9.

[26] Compendio de Doctrina Social de la Iglesia n. 58

[27] Ibid n. 5.

[28] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 43

[29] Cfr JUAN PABLO II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 42.

miércoles, 11 de abril de 2012

Domingo de luna llena de primavera


Se asomaba el día, cuando las mujeres se dirigían  al sepulcro con preciados perfumes.  La mañana estaba en calma, y se oían  los ecos del silencio: ¡El Amor nunca muere. Siempre está vivo, y conmigo viene!

Allí, en la tumba, se iluminó una certeza, se experimentó una Presencia: Jesús ya no está en el sepulcro de piedra. Se encuentra en los Templos Vivientes, en la buena gente, en las manos honradas, en la paz y la alegría, en la justicia y lealtad, en los nombres que amamos, en los ojos que nos aman.

Es Domingo de Luna llena de PRIMAVERA. Es el Paso de Dios. Las flores se abren a la vida, los árboles se cubren de hojas,  los campos nos regalan su armonía. ¡Despertemos a la vida! Somos la Primavera del Espíritu que nos hace cantar Himnos de gozo y alegría. La Pascua de las Flores. Todo es perfume y Belleza. Flor y espiga, pan caliente y vino generoso, sol y brazos abiertos. Estrellas del Sol Resucitado que iluminan la noche oscura de nuestro mundo.

Disfrutemos cada día de vida nueva. Estrenemos vida a cada instante.

Esta es la Hora y el mejor Momento. Recuperemos la risa, persigamos nuestros sueños.

Celebremos la vida que viene de los cielos. Todo está Cristificado.

Vivamos la Bendición de Ser Familia, Comunidad. Somos Bendición unos para otros. Por ser amigos/as, por ser hermanos/as, por tener casa y familia, por los niños que sonríen, jóvenes que buscan, padres que cuidan. Por las personas que llevamos en el corazón. Por la Bondad Divina que nos habita.

Por todo, te damos gracias Señor. Y cuenta con nosotros/as, para que pueda brotar la primavera espiritual en nuestro mundo tan desilusionado.

Feliz Pascua de Resurrección.

Manolo Moreno Reina

viernes, 30 de marzo de 2012

En Jesucrito, el sufrimiento triunfa del sufrimiento

El sufrimiento es lejanía de Dios. Por eso, quien se encuentra en comunión con Dios no puede sufrir. Jesús ha afirmado esta frase del Antiguo Testamento. Precisamente por esto toma sobre sí el sufrimiento del mundo entero y, al hacerlo, triunfa de él. Carga con toda la lejanía de Dios. La copa pasa porque él la bebe. Jesús quiere vencer al sufrimiento del mundo; para ello necesita saborearlo por completo. Así, ciertamente, el sufrimiento sigue siendo lejanía de Dios, pero en la comunión del sufrimiento de Jesucristo el sufrimiento triunfa del sufrimiento y se otorga la comunión con Dios precisamente en el dolor.

Es preciso llevar el sufrimiento para que éste pase. O es el mundo quien lo lleva, y se hunde, o recae sobre Cristo, y es vencido por él. Así, pues, Cristo sufre en representación del mundo. Sólo su sufrimiento es un sufrimiento redentor. Pero también la Iglesia sabe ahora que el sufrimiento del mundo busca a alguno que lo lleve. De forma que, en el seguimiento de Cristo, el sufrimiento recae sobre la Iglesia y ella lo lleva, siendo llevada al mismo tiempo por Cristo. La Iglesia de Jesucristo representa al mundo ante Dios en la medida en que sigue a su Señor cargando con la cruz.

Dios es un Dios que lleva. El Hijo de Dios llevó nuestra carne, llevó la cruz por ello, llevó todos nuestros pecados y, con este acto de llevar, trajo la reconciliación. El que sigue es llamado igualmente a llevar. Ser cristiano consiste en llevar. Lo mismo que Cristo, al llevar la cruz conservó su comunión con el Padre, para el que le sigue, cargar la cruz significa la comunión con Cristo.

El precio de la gracia, Dietrich Bonhoeffer   Película Bonhoeffer - Agente de gracia

sábado, 17 de marzo de 2012

Sirvamos a Cristo en la persona de los pobres


Dichosos los misericordiosos -dice la Escritura-, porque ellos alcanzarán misericordia. La misericordia no es, ciertamente, la última de las bienaventuranzas. Y dice también el salmo: Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y asimismo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Hagámonos, pues, dignos de estas bendiciones divinas.

Ni la misma noche ha de interrumpir el ejercicio de nuestra misericordia. No digas al prójimo: Anda, vete; mañana te lo daré. Que no haya solución de continuidad entre nuestra decisión y su cumplimiento. La beneficencia es lo único que no admite dilación.

Parte tu pan con el que tiene hambre, da hospedaje a los pobres que no tienen techo, y ello con prontitud y alegría. Quien practique la misericordia -dice el Apóstol-, que lo haga con jovialidad; esta prontitud y diligencia duplicarán el premio de tu dádiva. Pues lo que se ofrece de mala gana y por fuerza no resulta en modo alguno agradable ni hermoso. Hemos de alegrarnos en vez de entristecernos cuando prestamos algún beneficio. Si quitas las cadenas y la opresión, dice la Escritura, esto es, la avaricia y la reticencia, las dudas y palabras quejumbrosas, ¿qué resultará de ello? Algo grande y admirable. Una gran recompensa. Brillará tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana. ¿Y quién hay que no desee la luz y la salud?

Por esto, si me juzgáis digno de alguna atención, siervos de Cristo, hermanos y coherederos suyos, visitemos a Cristo siempre que se presente la ocasión, alimentemos a Cristo, vistamos a Cristo, demos albergue a Cristo, honremos a Cristo, no sólo en la mesa, como Simón, ni sólo con ungüentos, como María, ni sólo en el sepulcro, como José de Arimatea, ni con lo necesario para la sepultura, como aquel que amaba a medias a Cristo, Nicodemo, ni, por último, con oro, incienso y mirra, como los Magos, sino que, ya que el Señor de todo quiere misericordia y no sacrificios, y ya que la compasión está por encima de la grasa de millares de carneros, démosela en la persona de los pobres y de los que están hoy echados en el polvo, para que, al salir de este mundo, nos reciban en las moradas eternas, por el mismo Cristo nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos. Amén.

De las Disertaciones de san Gregorio de Naciancenozo, obispo
(Disertación 14, Sobre el amor a los pobres, 38. 40: PG 35, 907. 910)

domingo, 19 de febrero de 2012

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades

La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.

El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.

Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus creaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.

El que me ama -dice el Señor- guardará mis mandamientos. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.

Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, más bien que a los malos.

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.

El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.

El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.

No os contentéis con decir -advierte el profeta Jeremías-: «Somos templo del Señor.» Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación.» Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: También los demonios creen y tiemblan.

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.
De los Capítulos de san Máximo Confesor, abad, Sobre la caridad
(Centuria 1, cap. 1, 4-5. 16-17. 23-24. 26-28. 30-40: PG 90, 962-967)

sábado, 7 de enero de 2012

El Sacramento del altar, nos invita al compromiso


Eucaristía y dimensión social de la fe

"El mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción del mundo"
Antonio Bravo Tisner

La existencia cristiana tiene su centro sacramental en la Eucaristía, en el sacramento de la fe. Ella articula la vida de la comunidad y de los creyentes. El compromiso del amor y del servicio tiene para el cristiano un fundamento cristológico y sacramental; pero esta verdad exige que la celebración del «sacramento del amor» no se reduzca a un mero rito o devoción.
Necesitamos recuperar el dinamismo profundo de la celebración eucarística, para evitar su fragmentación y parcialización. Y esto no resulta siempre fácil, pues nuestras mentalidades son tributarias de la cultura del fragmento y del instante, así como de comportamientos del pasado. Por ello se insiste que «la auténtica espiritualidad cristiana tiene que ser holística», esto es, que reconozca de manera explícita a la persona humana como un todo, superando la separación radical entre lo espiritual y lo humano, que tan nefastas consecuencias trajo para la vida y misión de la Iglesia.
El mismo Espíritu suscita en el hombre tanto «el anhelo de la morada celeste» como la entrega «al servicio temporal de los hombres», con el fin de preparar «el material del reino de los cielos». Y el Concilio añade a continuación: «Pero a todos los libera, para que, con la abnegación propia y el empleo de todas las energías terrenas en pro de la vida humana, se proyecten hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirá en oblación acepta a Dios.
El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial.» (GS 38)
Benedicto XVI, en la exhortación apostólica, Sacramentum caritatis hace suya esta propuesta de los padres sinodales: «Los fieles cristianos necesitan una comprensión más profunda de las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera.» Y después de denunciar el fracaso de un modo de vivir «como si Dios no existiera», añade el Papa: «Hoy es necesario redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida "según el Espíritu" (cf. Rom 8, 4s; Gal 5, 16.25).
Resulta significativo que san Pablo, en el pasaje de la carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo culto espiritual, menciona al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio modo de vivir y de pensar.» (77)
El Concilio Vaticano II enseñó: «ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía» (PO 6). Ella «aparece como la fuente y la culminación de la predicación evangélica» (PO 5). Es «centro y raíz de toda la vida» de los discípulos de Jesús (cf. PO 14). Pero esta centralidad, curiosamente, parece eclipsarse al tratar de la dimensión social de la fe. Uno queda sorprendido cuando va al índice del Compendio de la doctrina social de la Iglesia: la palabra Eucaristía no se encuentra. Y crece la sorpresa si buscas el término en el texto: sólo se encuentra, si no me equivoco, en dos números (539 y 542) y como de pasada.
Para superar este «divorcio» entre la celebración de la Eucaristía y la vida concreta de los cristianos, es urgente ahondar en el dinamismo del «sacramento de la nueva alianza», pues nos ofrece una nueva forma de comprender la dignidad del hombre y su desarrollo en la historia. Con el fin de evidenciar esto, evocaré en un primer momento la antropología que brota del sacramento de la fe. Luego explicitaré su dimensión mística y la manera de situarse ante los pobres. Dedicaré la tercera parte a la evangelización de los pobres a partir del misterio eucarístico. En la última parte explicitaré algunos aspectos de la dimensión social de la Eucaristía y la opción preferencial por los pobres de la tierra. Como acabo de sugerir es preciso superar la cultura del fragmento y del instante, para desarrollar una espiritualidad holística.
I EUCARISTÍA Y ANTROPOLOGÍA
El dinamismo de la celebración eucarística recuerda que la persona, fruto del amor, se realiza en la ofrenda a Dios y en el don a los demás, como lo viviera Jesús, el Hombre perfecto. «La vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo.» (S C 88) La «antropología eucarística», por tanto, afirma: el hombre no se realiza en la autoafirmación frente a Dios y al hombre, sino en la relación y el reconocimiento del Otro y en el don de sí a los demás.
Como enseña la fe apostólica, Jesús es el verdadero icono o imagen de Dios. Por ello estamos destinados a reproducir la imagen del Hijo (cf. Rom 8, 29). Y esta imagen perfecta de Dios nos sale al encuentro de manera privilegiada en la Eucaristía. San Juan, en el discurso sobre el pan de la vida, pone en labios de Jesús estas palabras tan sublimes como significativas: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. » (Jn 6, 56-57) El Hijo vive por el Padre o del Padre y para los demás. Cristo, el hombre perfecto, se realiza en la dependencia del que es su principio, del que lo engendra desde toda la eternidad, así como en el servicio a los demás por amor. Y lo mismo sucede con el discípulo: vive por el Hijo o del Hijo. La mutua inmanencia del Padre y del Hijo es la expresión de la relación a la que fue llamado el hombre por el amor creador de Dios. Y esta comunión funda precisamente «el ser para los demás».
La Eucaristía es la expresión acabada de la «pro-existencia filial»: vivir para Dios y para los hermanos. El hombre se realiza en la comunión filial y fraterna. La antropología que brota de la Eucaristía es una «antropología de comunión», con lo que nos hallamos en las antípodas de una «antropología de la competitividad» y de la «autonomía altiva», la propia de la globalización tal como la desarrolla la ideología neoliberal. Pablo expresa así el dinamismo antropológico de la fracción del pan: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Cor 10, 17); y en el cuerpo ni puede haber independencia ni competitividad entre los miembros. En el cuerpo todos los miembros son interdependientes y todos necesitan de los demás para su perfecta realización como miembros del único cuerpo. La persona se realiza en el cuerpo, en la comunión.
El «sacramento de la alianza» introduce a los creyentes en el dinamismo propio de la comunión, y esto supone: Aprender a vivir del don de Dios y ser don para los demás. La antropología nacida de la Eucaristía afirma: Ya no basta con hacer cosas para los demás, es preciso darse y recibirse. El hombre sólo se realiza en el don mutuo, en aquella relación de inmanencia que vemos en el Padre y el Hijo. De ahí brota la importancia de cultivar el sentido del compartir fraterno y de la amistad con todos los llamados, lo sepan o no, a formar parte del pueblo de la alianza. Respetamos y afirmamos la dignidad del otro en la medida que damos y recibimos, que compartimos con él el camino de la vida. No es lo mismo hacer cosas por los demás, que compartir el camino y la vida con los otros.
Juan Pablo II expresó muy bien lo que pretendo recalcar: « Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno.» (NMI 50) En la Eucaristía nos sentamos todos en la misma mesa y compartimos el mismo pan, para formar un solo cuerpo.
Quien se acerca con fe y verdad a la Eucaristía se deja incorporar a Cristo para formar en él con los demás una comunidad de vida y destino. La antropología eucarística, por tanto, proclama de manera rotunda el carácter social de la existencia del ser humano. En Cristo recibimos a los demás como hermanos y en Cristo nos damos a los demás. El dinamismo de la Eucaristía traza el camino a seguir para que el amor erótico vaya transformándose en el amor de agapé, mediante el cual se alcanza el deseo de trascendencia y realización a través del servicio y de la relación filial y fraterna.
En resumen, si el hombre viejo se caracteriza por la voluntad de autonomía e independencia, el hombre nuevo, tal como se da a conocer en la celebración eucarística, se caracteriza por la dependencia agradecida de Dios y la solidaridad gozosa con el resto de la humanidad. La Eucaristía nos incorpora a Jesús que se reveló plenamente en el lavatorio de los pies como «el doctor y maestro de la comunión y el servicio». Muchas de las antropologías que circulan entre nosotros son las propias del hombre viejo, aunque se pretendan modernas.
Es preciso volver a la Eucaristía para recuperar la novedad de la verdad de Dios y del hombre. Dios nos creó para la comunión y la libertad, no para la independencia y la voluntad de poder. Benedicto XVI ha puesto de relieve «el valor antropológico» que la celebración de la Eucaristía tiene para el cristiano en estos términos:
«El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: « Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios » (1 Co 10,31). El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rom 8,29 s.). Todo lo que hay de auténticamente humano -pensamientos y afectos, palabras y obras- encuentra en el sacramento de la Eucaristía la forma adecuada para ser vivido en plenitud.
Aparece aquí todo el valor antropológico de la novedad radical traída por Cristo con la Eucaristía: el culto a Dios en la vida humana no puede quedar relegado a un momento particular y privado, sino que, por su naturaleza, tiende a impregnar todos los aspectos de la realidad del individuo. El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1 Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios. » (S C 71)
El dinamismo de la Eucaristía afecta a la persona en su relación a Dios, al mundo y al hombre; pero también en la relación con uno mismo. Es preciso que el cristiano se comprenda, asuma y actúe a la luz de Aquél que nos es dado como comida y bebida de salvación, para desarrollar en el mundo nuestra vocación y misión. Es en la historia que el hombre se gana o se pierde. En la catequesis mistagógica necesitamos descubrir el camino de la verdadera realización del hombre tal como se desvela de forma progresiva en la Eucaristía.
II LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA EUCARISTÍA
La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega. La imagen de las nupcias entre Dios e Israel se hace realidad de un modo antes inconcebible: lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y su sangre. La « mística » del Sacramento, que se basa en el abajamiento de Dios hacia nosotros, tiene otra dimensión de gran alcance y que lleva mucho más alto de lo que cualquier elevación mística del hombre podría alcanzar. (DCE 13)
La Eucaristía adentra al cristiano en el auténtico sentido de la mística cristiana, esto es, del amor que el Espíritu Santo derrama en el corazón de los que creen y esperan en el Señor. El misticismo erróneo se caracteriza por el intento de salir del mundo para encontrarse con Dios; la mística cristiana, la propia del amor, introduce más radicalmente en el servicio al mundo, pero desde la libertad y el amor que se despliegan en el compromiso para transformar la realidad. Recalquemos algunos dinamismos de la mística eucarística.
En primer lugar, no hay Eucaristía sin encarnación. Porque el Hijo de Dios entró en la historia y asumió una carne semejante a la nuestra, es posible la Eucaristía. En ella se cumple de forma sublime esta afirmación de Juan Pablo II: «el cristianismo es la religión que ha entrado en la historia.» Sólo a la luz del abajamiento del amor se comprende bien la mística eucarística, que se expresa en el servicio desde el último lugar. En el cenáculo, en el momento de la institución del sacramento de la alianza, Jesús alertaba a sus discípulos para que no sirvieran desde el poder y los primeros puestos, al estilo del mundo (cf. Lc 22, 24-30). Él se despojó de su manto y sirvió como el último de los esclavos (cf. Jn 13, 1ss).
A la luz del misterio de la fe ya no se puede servir al pobre desde el poder, la riqueza o la prepotencia, sino ocupando el último lugar, haciendo de ellos nuestros maestros y señores. Hay que aprender a darse a ellos, sin por ello servir sus caprichos. En la Eucaristía Jesús nos sigue enriqueciendo con su pobreza, la que brota del amor y la gracia.
La mística eucarística, por otra parte, queda configurada por su tensión e impulso escatológico. La celebración del sacramento del altar no es sólo memorial del pasado, sino también memorial y prenda del futuro. El sacramento exige de los comensales anticipar aquí y ahora, según sus posibilidades, el futuro que sale a nuestro encuentro en Jesucristo resucitado de entre los muertos. Por ello la Eucaristía, lejos de apartar del mundo, urge a vivir una profunda dinámica de conversión y compromiso para transformar el mundo. «Anunciar la muerte del Señor «hasta que venga» (1 Co 11, 26), escribió Juan Pablo II, comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo «eucarística». Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana: « ¡Ven, Señor Jesús! » (Ap 22, 20). (EDE 20)
El Concilio Vaticano II había afirmado: «La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo.» (GS 39) Pues bien, la Eucaristía anticipa de forma sacramental la tierra nueva, el reino de Dios en la tierra.
Puesto que la Eucaristía es «convite sagrado», los comensales deben vivir una auténtica fraternidad; más todavía son la Fraternidad llamada a ser signo en la tierra de la verdadera familia de los hijos de Dios. Todos los hermanos gozan de la misma dignidad y reciben el mismo pan. Dios reparte su pan por igual a todos. Como lo evoca la figura del maná, y se hace realidad en la Eucaristía: «y al pesar la ración, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido menos: cada uno había recogido lo que necesitaba para comer.» (Ex 16, 18).
La mesa compartida es la expresión del banquete en que cada uno recibe lo necesario para su más plena realización. La Eucaristía fundamentaba el anhelo e ideal de la comunidad primitiva: «No había entre ellos ningún necesitado, porque quienes poseían terrenos o casas los vendían, y el dinero lo ponían a disposición de los apóstoles para repartirlo entre todos según las necesidades de cada uno.» (Hch 4, 34-35)
La mística del sacrificio. La Eucaristía asocia a la comunidad y a cada uno de los comensales a la ofrenda que Cristo realiza al Padre en favor de la humanidad perdida. El culto eucarístico no es un culto desencarnado. Afecta a la totalidad de la existencia humana. La celebración eucarística nos hace «vivir conscientes de la liberación traída por Cristo y desarrollar la propia vida como ofrenda de sí mismos a Dios, para que su victoria se manifieste plenamente a todos los hombres a través de una conducta renovada íntimamente.» (S C 72)
Quien se adentra en el dinamismo del sacrificio eucarístico, en su mística profunda, no vive para sí, sino para los demás en Cristo. Destierra de su vida la rivalidad y hace pasar los intereses de los demás antes de los propios, pues la Eucaristía nos hace compartir los sentimientos mismos del Cristo de la encarnación y de la pascua. El sacrificio transforma la existencia entera. En la plegaria IV pedimos al Señor: «Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia, y concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria.» El cuerpo se ofrece con su Cabeza para llevar al mundo los dones de la salvación.
III EL DINAMISMO EVANGELIZADOR DE LA EUCARISTÍA
Si la Eucaristía es «fuente y culmen» de la existencia y acción evangelizadora de la Iglesia, lo es porque en ella culminó la misión y vida del propio Jesús. Con excesiva frecuencia se piensa la «cena del Señor» como un momento más en su misión y vida, pero los evangelios presentan la realidad de forma diferente. San Lucas narra la institución de la Eucaristía como el punto en que desemboca la entera misión de Jesús. «Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: "Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios.» (Lc 22, 14-16)
No podemos aislar la Eucaristía del resto de la vida y misión de Jesús. El evangelista presenta a Jesús desde el inicio de su evangelio como enviado y ungido por Dios para hacer actualidad el anuncio profético: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia.» (Lc 4, 18-19) Con su presencia la profecía se cumple en la novedad. Jesús aparece como el siervo que sale a los caminos para convocar a los excluidos a la fiesta, pues los primeros invitados no acudieron al banquete en el momento señalado por el Señor.
La celebración eucarística, si no se reduce a un rito, comporta salir a las calles y plazas de la ciudad, y también a las encrucijadas de los caminos, para convocar a los excluidos al banquete de bodas, a la fiesta. La asamblea eucarística presupone siempre la convocatoria. Es preciso tomar la iniciativa en nombre de Dios para llamar a los que todavía no han sido invitados. En la parábola de la gran cena, Jesús, ante la palabra de uno de los comensales: «Bienaventurado el que coma en el reino de Dios», recuerda cómo el siervo es enviado, una y otra vez, para instar «a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos» a entrar en el banquete (cf. Lc 14, 15-24).
Llevar a la fiesta a los excluidos según los criterios mundanos y religiosos -y no sólo dar cosas- es lo propio de una Iglesia evangelizadora, de una Iglesia que actúa como la «samaritana». Aquella mujer se encontró con Jesús y salió corriendo en busca de los suyos para hacerles partícipes de la buena nueva: había encontrado al Mesías y quería compartir su alegría con su pueblo, al que llevó hacia él. La misión es testimonio, compartir la experiencia. Juan Pablo II expresó con gran acierto la importancia de conjugar la caridad de la palabra y de las obras. «Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como « en su casa ». ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras.» (NMI 50)
Benedicto XVI, por su parte, insiste: la Eucaristía es vivida de forma fragmentaria si no nos lleva a compartir nuestra fe y encuentro con Jesucristo.
« Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él ». Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico. En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera ». (S C 84)
Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. (S C 86)
Ya Pablo VI había recalcado cómo el cristiano se ha de comprometer en el desarrollo integral del hombre, lo que suponía hacer pasar nuestro mundo de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, presentando la fe como la condición más humana. Releamos esta página decisiva para un verdadero humanismo integral:
« Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así se podrá realizar, en toda su plenitud, el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas.
Menos humanas: Las carencias materiales de los que están privados del mínimo vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres. (PP 20-21)
La evangelización de los pobres es un signo mesiánico. Por ello, el pueblo mesiánico, que es la Iglesia, diluiría su identidad y viviría fragmentariamente la Eucaristía, si dejará de comunicar la buena nueva del amor de Dios a los hombres, si dejará de invitar a los excluidos a entrar en el banquete del reino de Dios, celebrado en el sacramento de la fe. Esta comunicación del amor de Dios se realiza por medio de obras y palabras. La misión de la Iglesia no se puede reducir a una de sus dimensiones. Ni el espiritualismo ni el asistencialismo ni el moralismo ni el sicologismo dan cuenta del sacramento del amor que es la Eucaristía. Ésta será vivida y celebrada siempre de forma fragmentaria, si no desarrolla una auténtica espiritualidad, una verdadera solidaridad, una ética o una real gratuidad en el servicio, pero el sacramento del amor urge también a los cristianos a hacer emerger el don de la fe en el corazón de los excluidos de nuestro mundo. No se trata de colonizar las conciencia ni de ser interesados en el servicio, pero el amor que no comparte el mayor de los dones que posee, la fe, quiere decir que no es auténtico.
Hoy se habla mucho de la nueva evangelización y será importante a través de una verdadera catequesis mistagógica poner de manifiesto la relación existente entre la Eucaristía y el anuncio de la buena nueva a los pobres, liberar a los oprimidos, dar la vista a los ciegos, anunciar un año de gracia para todos, poner en pie a los caídos y hacer saber una palabra de aliento a los cansados y oprimidos. Es la condición para que la Iglesia sea una comunidad evangelizada y evangelizadora. La evangelización, conviene recordarlo es obra de toda la comunidad y no sólo de algunos especialistas.
IV EL DINAMISMO SOCIAL DE LA EUCARISTÍA
La Iglesia, recreada continuamente por la Eucaristía en su condición de «sacramento universal de salvación», está llamada a manifestar y realizar el misterio del amor de Dios al hombre en lo concreto de la historia. (cf. GS 45). En la Eucaristía, «el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros» (DCE 14). San León Magno afirmaba de forma gráfica: «La participación en el cuerpo y la sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos» (Sermón 63). Y en otro sermón añadía: «La devoción que más agrada a Dios es la de preocuparse de los pobres» (Sermón 10). Si la Eucaristía es el pan de los pobres, el viático para los peregrinos, ¿cómo olvidar o menospreciar a los pobres en el momento de su celebración?
El «carácter social» de la «mística» del Sacramento se expresa tanto en la misión como en la acción social y caritativa de la comunidad eclesial y de cada uno de sus miembros. «En el "culto" mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma.» (DCE 14)
La fracción del pan y la koinonía
La fracción del pan y la koinonía se postulan mutuamente. La comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo es comunión con todos aquellos por los que él entregó su vida. ¿Cómo vivir la alianza con el Señor y dejar de lado a los necesitados? Ya en el Antiguo Testamento se nos dice que Dios no quiere que haya pobres en su pueblo, en el pueblo de la alianza, y si los hay los demás deben estar dispuestos a vivir una real solidaridad con ellos (cf. Dt 15, 1-11).
El pan eucarístico nos muestra que todos vivimos del don y de un don compartido, como he indicado al hablar de la comunidad primitiva. Apropiarse los bienes espirituales y materiales es ruptura de alianza, pecado. La koinonía, tal como se presenta en el Nuevo Testamento, no se limita a los creyentes, pues el Señor quiere reunir a todos en torno a la misma mesa. San Pablo descalificó con energía las asambleas eucarísticas, marcadas por la división y menosprecio de los indigentes: «El resultado de esas divisiones es que la cena que tomáis no es ya realmente la cena del Señor... ¿Por qué menospreciáis la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen nada?... Así pues, cualquiera que come del pan o bebe de la copa del Señor de manera indigna, comete un pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor.» (1Cor 11, 17-34)
Pero el compartir fraterno que brota de la fracción del pan no se reduce a compartir algunos bienes materiales y espirituales. Es preciso compartir la existencia entera de los hombres, como enseñó el Concilio Vaticano II:
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente intima y realmente solidaria del género humano y de su historia. (GS 1)
La fracción del pan ha incluido siempre la solidaridad y el compartir fraterno de los bienes materiales; pero también el compartir de los bienes espirituales, así como las luchas y pruebas de la vida. Es preciso compartir también el trabajo y las luchas de los hombres para preparar el material del reino de Dios. El Espíritu no sólo transforma los elementos provenientes de la tierra y del trabajo de los hombres, sino que transforma el grupo humano en verdadera comunión.
El sacramento de la comunión nos estimula y urge a superar la misma solidaridad, para adentrarnos en la dinámica propiamente cristiana de la comunión. Juan Pablo II afirmó en la encíclica SRS: La solidaridad nos ayuda a ver al « otro » -persona, pueblo o Nación-, no como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un « semejante » nuestro, una « ayuda » (cf. Gén 2, 18. 20), para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos.
Y después de recalcar que la «solidaridad es sin duda una virtud cristiana.» añadía:
A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: « dar la vida por los hermanos » (cf. 1 Jn 3, 16). (SRS 39-40)
La Eucaristía, en una sociedad plural e intercultural, debe ser un signo de la unidad que Dios quiere para la familia humana. En este sentido la celebración del sacramento de la unidad está llamada a reunir a hombres y mujeres de los diferentes pueblos y culturas que se encuentran en un lugar y espacio determinado. La Eucaristía puede y debe ser un signo e instrumento de la verdadera integración del inmigrante en nuestro pueblo y sociedad. Un signo profético, pues el creyente que viene de otra cultura y pueblo, se sienta en la mesa eucarística como un hermano, al que me entrego y al que recibo para enriquecernos y complementarnos mutuamente. La Eucaristía nos habla de comunión de personas en Cristo y no de absorción o asimilación en función de unos intereses funcionales de los inmigrantes. La pastoral de lo inmigrantes entiendo que debe ser repensada continuamente a la luz de la cena del Señor, en la que los discípulos quedan unidos en el cuerpo y la sangre de Cristo, quedan constituidos en su cuerpo, pues se alimentan del mismo pan.
Conversión y transformación de la realidad
Como ya he indicado la tensión escatológica de la Eucaristía introduce a los participantes en la lógica del don de sí a Dios y a los demás, lo que supone adentrarse en el dinamismo de la conversión. Seguir a Jesús en el don de él mismo no puede hacerse sin un salir de uno mismo, sin un vivir con seriedad y alegría la libertad del amor, por la que nos hacemos siervos y esclavos de los demás. La conversión consiste en hacerse junto con Jesús en buen pan para los hambrientos de pan, justicia y dignidad.
Ahora bien, la auténtica conversión lleva parejo el compromiso de transformar la realidad de acuerdo con el proyecto de Dios. El deseo de que exista una verdadera comunión entre los hombres y los pueblos, que se establezcan verdaderas relaciones de paz y justicia, de reconciliación y solidaridad. La persona realmente eucarística se compromete a eliminar las «estructuras de pecado» e injusticia, pues se siente urgida a transformar en vida lo que celebra en el altar. La Misa nos reenvía al mundo para prolongar en la historia el verdadero culto razonable, esto es, la transformación de la mente, del obrar, de las estructuras y de la creación entera, para alumbrar unas nuevas relaciones entre los pueblos y las personas.
En una sociedad donde prevalece el principio de la competitividad, la persona eucarística trabajará para que el principio de la comunión rija las relaciones sociales, culturales y económicas. En efecto, cuando se instaura en la sociedad el principio de la competitividad (es muy diferente hablar de la competencia con que las personas deben llevar a cabo su misión y trabajo), se generan relaciones de fuerza y poder, donde los más débiles llevan las de perder.
En efecto, el principio de la competitividad, que ha llegado a ser la norma del progreso y del crecimiento, es contrario al «humanismo integral», pues exalta a los fuertes y poderosos; favorece el aumento de los excluidos en nuestro mundo; estimula el individualismo y destruye el sentido de la comunidad y de la fraternidad. Hace perder el sentido de la gratuidad y de la verdad, para propiciar la lógica del oportunismo, del consumo y de la evasión. La Eucaristía recuerda que los más fuertes han de cargar con las flaquezas de los más débiles. «Allí donde se comparte, nadie vive en la necesidad; donde reinan la avaricia y el egoísmo, todos estarán continuamente en la necesidad, puesto que nada llega a satisfacer a las personas egoístas.»
Pero todo esto no es algo espontáneo y exige un trabajo incansable de la parte de los discípulos de Jesús, que sigue diciéndonos: «Dadles vosotros de comer... Haced que se sienten en grupos». Los discípulos recibieron de las manos de Jesús los panes y los peces para distribuirlos entre la gente hambrienta. La Eucaristía tiene un gran potencial crítico, social, político y religioso, ya que pone en tela de juicio cualquier situación que se oponga al Reino de Dios.
La nueva «imaginación de la caridad» nacida de la Eucaristía
La Eucaristía se ha presentado, con toda razón, como el pan de los pobres. Todos somos pobres ante el Señor, que nos da su «maná» para el camino de la libertad. La nueva imaginación de la caridad, planteada a la luz de la Eucaristía, debe hacer posible, a mi entender, que los cristianos descubran que no hay verdadera libertad para el mundo mientras haya víctimas de la injusticia y de la opresión. El camino de la libertad es preciso andarlo juntos, pues sólo en el seno del pueblo libre crece la libertad de la persona. Pero esto supone compartir las alegrías y las penas con un profundo sentido de fraternidad. El individualismo y el egoísmo se oponen de forma radical al dinamismo de la Eucaristía, una mesa compartida para vivir el dinamismo de la alianza, para que no haya excluidos o marginados en la vida.
Ahora bien esto supone ponerse al ritmo de los débiles y frágiles y no de los fuertes y poderosos. San Pablo era muy consciente de esto, cuando pedía a los fuertes cargar con las flaquezas de los débiles. Es una exigencia de la familia que quiere realizarse como tal familia. Y esto es válido tanto a nivel de las familias como de los pueblos y culturas. Cuando se privilegia el crecimiento de los grandes a costa de los débiles, aparecen las crisis y las violencias. Es una constatación de la historia de los pueblos y del pueblo de Israel. La celebración eucarística nos interpela para ser compañía de los desvalidos y vulnerables en nuestra sociedad y en el mundo.
Una dimensión importante del que comparte la vida de los pobres, es que asume y desarrolla un estilo profético de vida y acción. Denuncia la injusticia y sostiene la esperanza de los hombres y mujeres cansados y vejados. «Gracias al Misterio que celebramos deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el valor tan alto de cada persona». «El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre.» (S C 90). La denuncia profética alentada por la Eucaristía se ha de traducir en un estilo de vida pobre, en acción solidaria y en instituciones donde los pobres puedan afirmar su dignidad personal.
Sentarse con los pobres en torno a la misma mesa.
Si la Eucaristía nos hace entrar en el amor cercano y compasivo del corazón de Cristo, en sus entrañas de misericordia, será preciso que hagamos posible que las muchedumbres hambrientas y sedientas de pan, de dignidad y de Dios, accedan también a la mesa eucarística. Jesús en la Eucaristía nos asocia a su compasión por el hermano y la hermana, en particular por los más débiles y necesitados. Esto supone renovarse en el amor y servicio a los pobres, pues se olvida con frecuencia que Dios ha querido revelarse a los pequeños y sencillos, que ellos son los más dispuestos a responder a la invitación del Señor, que nos preceden en el reino de Dios, si no nos abrimos con la misma sencillez de ellos a la Palabra que invita a unos y otros a la conversión.
Esto supone servir a los pobres desde la sencillez, humildad y pobreza, pues el «Doctor de la comunión y el servicio» quiere seguir sirviendo a través nuestro desde el el último lugar. Para ello es preciso desterrar el paternalismo y reconocer en el rostro, a veces tan desfigurado de los pobres, el rostro mismo del Crucificado, un reflejo del misterio trinitario. Por ello, quien ama y sirve en la fe a los pobres contempla, escucha y sirve en ellos al pobre, como decía san Vicente Paul. No porque los pobres sean mejor que los otros, sino porque Cristo ha querido identificarse de modo particular con ellos. En ellos hay una presencia real de Cristo, una presencia sacramental, en cierto modo, como en la Eucaristía.
Como anticipo del banquete del reino de los cielos, la celebración eucarística no expresa toda su verdad si dejamos a los pobres en el umbral del banquete eucarístico. Cuando esto sucede no deberíamos plantearnos la cuestión si no estaremos haciendo de la fe una religión un tanto burguesa. En ese caso la Eucaristía pierde su fuerza profética. Dios da el pan bajado del cielo para que todos vivan por él, para que todos caminen en la verdad y la libertad, para que la comunidad eucarística sea un signo profético en medio de un mundo.
Sembrar de nuevo las semillas del Reino de Dios en la historia.
En ocasiones existe como una dicotomía entre el servicio, el anuncio explicito del Evangelio y la celebración litúrgica. Benedicto XVI ha insistido con fuerza sobre la necesidad de superar esta dicotomía. «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (Kerigma-martyria), celebración de los sacramentos (Leiturgia) y servicio de la caridad (diakonía). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.» (DCE 25)
La acción social y caritativa, por tanto, si es auténtica debe inscribirse en el horizonte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Por otra parte, la acción social y caritativa es ya evangelizadora y sacramental, pues a través de ella es como si Dios se sirviera de la comunidad de los discípulos para sembrar de nuevo las semillas del reino de Dios en la historia. Juan Pablo II, en el programa pastoral para nuestro milenio, lo expresa en estos términos:
«No debe olvidarse, ciertamente, que nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento que «con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre».
Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial suya, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción, se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a Él para toda clase de necesidades espirituales y materiales.» (NMI 49)
Solidaridad y comunión
Para concluir estas reflexiones, quiero insistir en el reto que tenemos delante de nosotros: «globalizar la solidaridad» y hacer que la Iglesia sea «casa y escuela de comunión». Pues bien, en el sacramento de la Eucaristía celebramos que Cristo ha derribado el muro de la enemistad y que ha hecho de los pueblos irreconciliables un solo pueblo, donde ya no hay griego y judío, autóctono o inmigrante, pues todos somos uno en el pan partido y compartido. La Iglesia que nace y celebra la Eucaristía es una comunión de personas iguales y diferentes. Por ello el sacramento del altar nos invita a una conversión profunda y un compromiso para transformar nuestro mundo y sostener la esperanza de los hombres en sus búsquedas y luchas. Juan Pablo II escribía en el programa pastoral para el actual milenio:
«Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo. Si esta última nos hace conscientes del carácter relativo de la historia, no nos exime en ningún modo del deber de construirla. Es muy actual a este respecto la enseñanza del Concilio Vaticano II: « El mensaje cristiano, no aparta los hombres de la tarea de la construcción el mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber». (NMI 52) La Eucaristía es el alimento que nos posibilita y urge a llevar adelante este compromiso.